Eran cien ovejas las de su rebaño; eran cien ovejas que
amante cuidó pero una tarde al contarlas todas, le faltaba una, le faltaba una
y triste lloró. Las noventa y nueve dejó en el aprisco, y por la montaña a
buscarla fue; la encontró llorando, temblando de frío; ungió sus heridas, la
cargó en sus hombros y al redil volvió.
Esta antigua historia vuelve a repetirse; hay aún ovejas que
errabundas van; con el alma rota van por los collados, temblando de frío,
vagando en el mundo, sin Dios y sin luz. Pero todavía existen pastores que por
la montaña a buscarlas van, y cuando las hallan, la traen al camino, al camino
bueno, la verdad y vida que es Cristo el señor.
Si tu eres un alma que sufre angustia de sentirse sola en
cruel lobreguez, hoy te traigo nuevas, nuevas de gran gozo; es el evangelio que
salva y redime y te da la luz. Sea en la montaña o en la cumbre agreste, ya
fuera en el valle o en abismo cruel, Cristo el Buen Pastor quiere en pastos
verdes confortar tu alma, vendar tus heridas y darte la paz.